La endogamia de la industria de los creadores culturales

Que en el sector artístico-cultural se tenga la percepción de que sólo un porcentaje minoritario de actores, músicos y escritores provienen de la clase trabajadora es algo más que un simple rumor.

Gracias al estudio Social Mobility and ‘Openness’ in Creative Occupations since the 1970s publicado por Orian Brook a partir de los datos de la Oficina de Estadísticas Nacionales de UK, se constata que el rumor es cierto, -al menos-, en la sociedad inglesa, aunque probablemente extrapolable al resto de occidente. En este caso, el porcentaje de creadores de la industria cultural con ascendencia de clase trabajadora es minoritario (siendo más de 8 de cada 10, los creadores provenientes de clases altas). Sin embargo, hay un dato más preocupante: se ha pasado del 16,4%, a sólo el 7,9% varias décadas después. Es decir, esa proporción se ha ido cayendo durante las últimas décadas hasta la mitad.

Por otro lado, este hecho se retroalimenta bajo el paraguas de la teoría de los 6 grados de separación, que se da en muchas industrias y que se explica con el refrán: «el mundo es un pañuelo». En el caso de Hollywood se hizo este experimento en los 90′ para demostrar que era prácticamente imposible ser un actor en esa industria, sin tener una relación entre 1 y 6 grados con Kevin Bacon.

El escalafón de la creación no es muy diferente… el sector es endogámicamente una cosa de ricos. Gary Oldman o Scorsese siempre fueron una excepción, y a tenor de los datos, los futuros Scorsese u Oldman serán más excepcionales si cabe. Y esto más que una brecha, es ya un valle cultural.

La distorsión a la hora de crear productos culturales

Como decía Eddie Marsan en este artículo: «No solo hay menos actores de origen obrero , también hay menos escritores, directores, editores encargados, productores y críticos de clase trabajadora. Esto da como resultado un círculo de influencia decreciente, por lo que la perspectiva que domina las historias que contamos proviene de los estratos más altos de la sociedad. No importa cuán bien intencionados o socialmente progresistas intenten ser, es un reflejo distorsionado del mundo en el que vivimos».

Esto ocurre, por ejemplo, en los guiones de muchas de las producciones literarias y, sobre todo, audiovisuales de historias ambientadas en la actualidad. Dicha narrativa no emana de quiénes las viven, sino de percepciones distorsionadas.

Que Scorsese tocase la tecla exacta, aparte de por el enorme talento, tiene mucho que ver con cómo conocía (de haber vivido) muchos de los contextos que se ven en sus películas.

Decía Scorsese al hablar de sus películas: «me preguntaba continuamente si la gente puede tener una vida acorde al sentido de la justicia, en un lugar inmoral. Me preguntaba si hay bondad cuando vives en un lugar corrompido o si eres intrínsecamente malo. Y toda esa materia humana la he metido en mis filmes”.

Precisamente, son esas las preguntas que, sin tener experiencias en esos lugares, probablemente al trasladarlas a una obra, generen una fotografía con muchas lagunas argumentales y contextuales, que es una de las consecuencias que estamos viendo (y/o leyendo) últimamente en (los guiones de) muchas obras.

Como dice Natasha Carthew, «los editores deben recordar que los libros que tratan sobre la vida de la clase trabajadora no son «pornografía de la pobreza». Hay OTRAS HISTORIAS, y probablemente los que las conocen de cerca puedan contarlas mucho mejor que los que las ven desde un altar, si se les da una oportunidad.

Los consumidores de productos artísticos y culturales lo agradecerán. Y la industria de los creadores culturales reconectará esa conexión que poco a poco está perdiendo.