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colores, corazón, emociones

Una pesadilla de colores y emociones en mi corazón

Una reflexión personal de Lissete Ingelmo, trasladada a colores y emociones, basada en una experiencia real.

Los colores de una pesadilla hecha realidad

En ocasiones, en ciertas circunstancias de la vida aparecen imágenes visuales en tu mente. A veces son ráfagas, en otras esas imágenes se vuelven más complejas, pudiendo convertirse en una pesadilla de colores. Como quiera que fuere, estos son los colores que han aparecido en mi mente estos últimos meses, y las causas de ello.

Los colores de la curiosidad, de la intriga y de la sospecha: #0C544C, #FBBC4C y ED061F

Probablemente me equivoco. Aun así, el instinto es más fuerte que la razón; además a ciencia cierta no hay ninguna contradicción.

Resulta que mi hermano y yo somos docentes en México. Por la COVID-19 a nosotros nos vacunaron hasta 3 veces; siendo la primera en mayo del 2020, la segunda en enero del 2021 justo para cuando estábamos en su gran mayoría regresando a labores presenciales. A nosotros nos aplicaron la dosis completa en una sola inyección. Como al grueso de la población tuvimos fuertes reacciones en los días venideros y lo que considero secuelas.

Él empezó. Al mes. Sus cambios se hicieron cada día más visibles. Empezaba a bajar de peso, estaba muy sudado y cansado.

Nota importante: no tuvimos COVID19 ni ningún familiar directo. Tampoco al regreso a labores escolares.

Su apariencia me empezó a preocupar. Tu instinto de hermana te dice que algo no está bien…

Y aunque detesto el término “normal”, uno conoce a las personas que ama y sabes cuando una de esas personas se encuentra en ese rango. Él no lo estaba, y no sabía la razón.

Además de la apariencia, su sudoración incrementaba. Su rostro enrojecía y se le veía agotado. Además de la llegada de abundantes flemas que le empezaban a molestar mucho, al grado de no poder comer y sentirse atragantado. Cada día que pasaba incrementaba esa sensación de ahogamiento, y la cena cada vez era menos frecuente.

Su humor empezaba a afectarse; se encontraba irritable. Se sentía incomodo al verse, al vestirse; la ropa empezaba a quedarle muy grande y experimentaba algo que le era ajeno: frío. Además de incrementar sus problemas de estreñimiento y algunas leves perdidas de la memoria a corto plazo e insomnio.

A principios de abril se levantó un día sin casi poder sentarse. Le dolía mucho la cintura y su movilidad era reducida. Tomó la decisión de no ir a trabajar. Espero a que nuestro papá se despertara para que lo llevara a urgencias, estaba demasiado incómodo y sensible de la cintura para abajo.

Resultó que no era una urgencia, a pesar del dolor, no era grave. Así que se formó para una cita en su turno, el vespertino para ser atendido. Con mucha dificultad podía sentarse, pero su vida no peligraba.

La ciática. Se “movió” el nervio y le generaba el dolor. Se le medicó.

Indagar sin consultar a un doctor no es una buena opción. Surgieron varias ideas acerca de que podría estar pasando, pero se quedaban en teorías, como si eso fuera una buena idea.

Tomó la decisión de ser atendido por una nutricionista. Por dos semanas se le atendió y pareció estar controlada su pérdida de peso. Era un alivio temporal.

La desidia, la calma que precede a la tempestad

A veces la desidia es una gran enemiga, sin embargo, en las ocasiones en las que llega, suele ser difícil desaparecerla y hacer algo al respecto.

Mi padre un día dijo: “¿No tendrás una bacteria?”.

“¿No será la tiroides?” Pregunté… Me miraron cual si hubieran visto un alíen. Sin embargo, dados los antecedentes familiares no sería raro. A veces olvidamos a la genética…

Dada mi experiencia laboral, ya había vivido este tema con dos estudiantes universitarios. Ambos varones menores de 25 que, aunque tardaron en ser diagnosticados porque la enfermedad es así, tuvieron ese diagnóstico. Debido a esa experiencia, se me pasó por mi cabeza dicha posibilidad.

Un día mi hermano se convenció al fin de ir con una doctora particular. Se mencionó que tendría que ir al cardiólogo porque su “presión arterial se encontraba por las nubes” y que tendría que controlarse con medicación de alta especialidad. También se mentó mi sospecha de diagnóstico, y se descartó.

No obstante, al mencionarlo, hubo algo que la dejó inquieta. Le pidió a mi hermano permiso para poder compartir su caso con un colega y tener así una segunda opinión.

Asimismo, mi hermano se dio a la tarea de buscar un cardiólogo. Por ahora de servicio privado, debido a que los sistemas de salud en general en nuestro país, aún se encontraban saturados dado que la pandemia aún no se declaraba controlada.

Se le manda a hacerse estudios: perfil tiroideo, ultrasonido de tiroides y electrocardiograma estático.

No recuerdo en qué momento fue y sí lo tengo muy presente en la memoria.

Acordándose de la canción que las feministas han empleado: “si no es tu cuerpo no tienes por qué opinar” (que debería ser para todos y no sólo las mujeres), durante la etapa de aceptación de D. antes de su diagnóstico se tomó una “selfie” que compartió en sus redes y una persona tomó la decisión de juzgarlo de forma negativa.

No es que él necesitase que lo defendiera, pero mi rabia de hermana me hizo reaccionar y mandarle un mensaje privado al ofendido, haciéndole ver que ni en broma se debe opinar del físico de las personas. Nunca sabemos qué batallas estamos enfrentado y ese tipo de acciones son reprobables. De cualquier persona contra cualquiera más. Borró su comentario antes de que él lo leyera y se disculpó con él de forma privada.

Tengo la costumbre de ni opinar ni preguntar acerca de la condición de ninguna persona. Si un conocido, familiar o amigo me quiere contar, bienvenido sea. Si no, también bienvenido sea.

Los colores de la alarma, la furia, la incertidumbre y la primera revelación: #ED061F #545404 y #334452

Pasan los días, y el miércoles antes de las 9:00 am suena el teléfono en casa. Es usual que sea mi papá quién conteste el teléfono, sin embargo, ese día salió temprano, así que lo hice yo.

— ¿Está papá?
— No. ¿Qué pasó?
Me dieron pase de salida. Me siento mal. Mi jefa no me deja salir solo y necesito que vengas por mí.
— 
Voy para allá.

No sé manejar ni tampoco estaba el coche…

Mi hermano tenía menos de dos horas en su horario laboral. Claro que me asusté, y por eso apareció el color #ED061F en mi mente.

Rápidamente me vestí, me puse una gorra, tomé efectivo y salí hacía el sitio de taxis. Le indiqué al conductor a me llevara a la escuela. Descubrí unos metros más adelante que no usa taxímetro y me inquietó el precio que quisiera; aun así, lo más importante en mi mente en ese momento era llegar por mi hermano y convencerlo de ir al doctor. Él no estaba bien. Él es el fuerte y yo soy la sensible. No suele enfermarse y yo sí. Él es el mayor y mi fuerza, mi muro.

Llegué a la escuela, le solicité al conductor que colocase las intermitentes y que me esperase porque no sabía cuánto tardaría y me era indispensable regresarlo igual.

Me identifico en la puerta e indico que vengo a recogerlo. Mi hermano es amigable con los vigilantes por lo que estaban más estupefactos que yo misma cuando al fin lograron comprender que es el maestro de informática que los trata con dignidad quien se retiraba de labores.

Me acompañan a enfermería. Lo veo sentado con una bebida calientita en la mano. Saludo y pregunto el protocolo. Ya lo habían resuelto, ya traía indicaciones de su jefa. La angustia de esta era que no quería que saliera solo, se encontraba mareado porque había estado vomitando. Inclusive fue ella misma la que se acercó a él preocupada por sus constantes idas al baño en tan poco tiempo.

Delgado. Con cabello adelgazado y frágil. Y ahora con un fuerte cuadro de vómito. En definitiva, algo no estaba bien. ¿Cómo iba a estarlo? Sus ojeras eran más abundantes y sus mejillas se hundían en su cara. Sus ojos se veían salidos, saltados. Esa persona no podía ser mi hermano y lo era.

Regresamos a casa. El conductor fue muy amable con el costo del servicio, se apiadó de nosotros y fue accesible con el pago. Nos dio su bendición. Caminando descubrí que mi hermano tenía el pantalón sucio en la parte inferior de las piernas, la intensidad de su vómito fue muy fuerte.

Llega el jueves…

Mi hermano a veces es un poco terco, así que fue a trabajar de forma normal y en el último momento se le ocurrió ir al doctor de servicio público.  Las citas suelen solicitarse un día antes por vía internet o bien, el día, pero a partir del mediodía para ser atendidos después de las 16:00 h. justo a esa hora terminaba su turno y así se fue, con la esperanza casi inútil de esperar que alguien no llegara a consulta.

Unas tres horas después de llegar lo logró.

La presión arterial seguía por los cielos. Llegó con los resultados y justamente su tiroides está dañada. Se le da medicina previa a una canalización con un especialista.

Como confesión de hermanos me comentó que su corazón estaba tan acelerado que si no tenía cuidado en cualquier momento podría dejar de existir. Sentí un puñetazo en mi pecho, lloré, pero a la par me quedé en silencio. ¿Qué puedo hacer? Apoyarlo, estar con él.

Y como dije, suele ser terco. No me permitió ver la receta médica.

A las 6:55 am del día siguiente (viernes) vibra mi móvil por una llamada. Es R. su novia quien me está llamando.

— ¿Bueno?
— Oye, D. (mi hermano) acaba de caerse y lo vamos a llevar a urgencias.
— ¿A dónde? – de momento no recordaba dónde está el sitio.
Por donde está la tienda S.
— Ah sí.
Pero tienes que venir. Eres su familiar directo, a mí no me van a dejar pasar. Trae sus recetas de ayer.
— Sí. Voy.

Aparece el pánico hecho color

Aparece el #540404. El color del pánico en mi mente. ¿Qué habrá pasado como para tener que ir a urgencias?

Me levanté rápido. Saqué a la perrita al patio. Me subí a cambiar y recordé que necesitaría llevar también su carnet de su clínica. Tomé una mochila y guardé todo. Entonces reaccioné y desperté a mi papá para ir. Le dejé una nota a mi mamá. Le di el agua a la mascota, y guardé yogurt en la mochila. Estábamos en ayunas. En lo que mi papá sacaba el coche coloqué mi teléfono en datos y salimos.

Llegamos a urgencias y al fin tuve algo de señal. Se estaban intentando comunicarse conmigo para decirme que mi hermano seguía subido en la ambulancia en el lugar de la caída. La señal de mi teléfono era terrible y no me había dado cuenta. No avisé que iba con mi papá por lo que el único canal de comunicación era mi teléfono sin señal. No estaban en urgencias. Entonces me comunico con mi papá para decirle. Me vuelvo a subir al coche y regresamos. Mi hermano estaba cerca de su trabajo, frente a una tienda de conveniencia en la que suele hacer la parada del transporte público, compra agua o café y evita algo de tráfico que se hace porque la escuela en la que trabaja se encuentra justo en avenida principal.

Hasta donde me dijo la novia de D. la paramédico había determinado que mi hermano se encontraba bien y que lo correspondiente era llevarlo a casa. Nos esperaban para ir por él.

Por las direcciones del tráfico era más conveniente dejar el coche sobre la calle paralela lateral de donde se encuentra la tienda. Salgo lo más rápido posible de automóvil sin fijarme del todo del tránsito. Corrí porque mis sentidos me decían que a pesar de la ambulancia algo no estaba bien. Toqué con mis nudillos la ventanilla y pedía a voz que me devolvieran a mi hermano. La frase misma carece de sentido, pero en ese momento era la apropiada.

Y el rojo #ED061F volvió. Sólo que esta vez no en mi mente, sino en la cara mi hermano. Sin sus lentes y con demasiada desorientación lo vi sentado en la ambulancia, sangrando de la nariz, tanto de sus fosas como de su frágil piel.

Ese color rojo estaba ahí. Mirándome mi hermano con muchas ganas de llorar. Le pedí que lo hiciera, a la par que bajaba de la ambulancia y titubeando lo recibí. Y no, no es necesidad de nuestra parte, pero no se encontraba bien. Mi papá logró que el conductor abriera y cuando hizo su mirada contacto conmigo ya no supimos que pasaba alrededor. La paramédico que se negó a que yo le viera la cara cometió el error de afirmar que él estaba bien, medicamente bien. ¡Sangraba y apenas lograba coordinarse! Para ella ese cuadro clínico es estar bien.

Tanto D como R su novia, bajaron de la ambulancia. Ella daba las gracias, pero mi papá no; además, él es paramédico retirado y claro que sabía que su hijo no se encontraba en óptimas condiciones y que si ameritaba llevarle a urgencias.

Sin saber qué hacer yo sostenía a mi hermano en lo que se decidió llevarlo por cuenta propia al hospital. El servicio de ambulancia municipal nos decepcionó.

— “Sostenme fuerte hermana, porque peso mucho”.

Él creyendo que pesaba mucho; se le olvidó que bajó casi 30 kilos. De 82 a 53 kilos. Mi hermano era un fideo. Aún con su desorientación, me era fácil moverlo. Mi inconveniente era la diferencia en alturas (él es unos 12 centímetros más alto que yo) y el hecho de saber si tendría otras lesiones y el temor de que lo lastimase más.

Entre mi papá y yo lo sostuvimos para caminar y R. tenía que regresar a la escuela. Ya no tenía permitido continuar ahí debido a que los familiares ya estábamos con él

La mirada atónita de la gente me hizo enojar. En mi cabeza, ese rojo volvió a aparecer… en lo que les pedía que dejaran de verlo; estaban mirándolo no con morbo sino con confusión tratando de entender por qué lo habíamos bajado de la ambulancia.

Dejé de entender y entré en estado de furia. Esta no era sólo por su estado sino por la incompetencia de la paramédico. A la fecha en la que escribo esta historia, sigo molesta y cada vez que veo una ambulancia del mismo servicio no puedo evitar hacer muecas de desagrado.

El caso es que logramos subirlo al coche y nos dirigimos a urgencias. Preguntó por sus lentes, deduje que estaban en su mochila misma que ya estaba en la escuela ya que la gente le auxilió; le reconocieron y fueron a avisar a la escuela, además de llamar a la ambulancia (abucheo mental para el pésimo servicio que recibió), así que salió su jefa a apoyarle.

Él no tiene recuerdos del día…

Incluso poco después de caer por el ‘shock’ hizo varias cosas de las cuales al poco tiempo no quedaron en su memoria a corto plazo. Él mismo le habló a su novia, desbloqueó el celular (con huella digital) y le llamó, y le preguntó en varias ocasiones cómo es que ella ya estaba con él y le explicaba que él mismo la llamó. Después decía que tenía que avisarle a su jefa, A.; ella se encontraba con él y D. no tenía la capacidad de reconocerla, tampoco de entender qué ella estaba ahí ya con él. Aquí vuelvo a preguntar: ¿en verdad estaba bien como la paramédico dijo?

Tres horas en urgencias…

Llegamos al sitio. Por ser todavía temporalidad del COVID, la zona de urgencias estaba llenísimo. Mi papá confundió la puerta y nos dejó unos metros lejos de la misma; así que como mejor pude lo sostuve, veía el suelo y agradecía a las personas que despejaban el paso para que mi hermano no se tropezara.

Claro que la reja estaba cerrada y la vigilante se encontraba a varios metros de esta; me tomó algo de tiempo que volteara; de hecho, se logró porque la misma gente de alrededor le gritaba. Nos abren y ya lo ingreso. Por supuesto que D. seguía tambaleándose.

Aquí ya arrastraba los pies; así con un poco más de dificultad de movimiento logramos ingresar a triage. La sala de esperaba estaba casi vacía a excepción de un paciente. Lo senté y regresé a la entrada para registrar su ingreso.

De nuevo ese rojo empezó a salir, ahora de forma física otra vez. Momentos después de sentarlo empezó a sangrar de sus fosas nasales, en particular la izquierda; debido a la rapidez con la que salí de casa, el único papel higiénico disponible era del baño; fui por fragmentos un par de veces hasta que ya al fin le llaman.

Ahora había otra preocupación, en el puente de su nariz tenía una cortada y el cubre bocas empezaba a pegarse a su cara. Además, a mi mamá únicamente le había dejado una notita y en la segunda vuelta por papel a mi hermano “se le ocurrió” mandarle un mensaje; sin lentes y aturdido medio le escribió.

Su idea era decirle: “mami me caí y estoy en urgencias”, nada de eso escribió, sin embargo, el mensaje era claro debido a que te tomó una ‘selfie’. Hubiera querido anular el envío para no asustarla, al ser el desbloqueo con su huella no logré intervenir.

Lo ingresé al primer consultorio en triage y mientras, me mandaron a una ventanilla a dar su información. Sí, la anterior era sólo para vigilancia.

Doy sus datos y regreso. Llegando al consultorio pregunto si tengo que salir del sitio (deduje por la cantidad de familiares esperando) y me explican que no, debido a lo aturdido y mareado que se encontraba, tendría que quedarme con él. Incluso me mandaron a pedir una silla de ruedas. Tuve que pedir su identificación porque de todo me acordé menos de ese importantísimo detalle. Fui por ella y justo quedaba una.

Regreso por él, me indican que lo lleve a curaciones. Tardo un poco en llegar al sitio. Debido a la gran cantidad de pacientes el área de curaciones estaba ocupada por lo que nos mandaron a la cortina continua “yeso”.

Esperamos un momento a que llegase el doctor en turno; lo revisa y pregunta lo básico y por fortuna estaba alerta. Le da indicaciones a la hermosa enfermera y sale para redactar la orden de radiografías. Le indican que se baje un poco el cubre bocas de la nariz para que no se le pegue y le lastime más. La dulce enfermera tarda un poco en poder detenerle el sangrado de la parte externa de la nariz.

Pregunto si necesitará puntos y me indican que no, además no habría forma de coser por la parte de la cara que está la herida. Él sentadito, empiezo a acariciar su cabello y noto que tiene dos quemaduras en su cuero cabelludo a la altura del cenit, leves, por fricción, y le indico a la enfermera y me pregunta que sí sé cómo se ha caído. Le explico que no, y seguimos examinándolo en búsqueda de más raspones.

Encontramos en sus nudillos de ambas manos. Cada minuto que paso aquí menos entiendo cómo fue que se había caído. Mi mamá logró mandarme mensaje para preguntar por sus manos y rodillas y procedo a revísalo de las piernas. La lesión fuerte estaba en su cara. De sus piernas está bien.

Me entregan la orden de las radiografías. 6: de la cabeza, tórax, cervical y las otras 3 ya las olvidé. Procedo a llevarlo, pero no encontraba el área de rayos X de urgencias. Entre tanta vuelta y dificultad para conducir la silla porque se iba chueca hacia la izquierda, un conocido mío que ahí trabaja me vio, él tomó la silla y nos dirigió

Llegando ahí, procedo a entregar la orden a la radióloga, ingreso a mi hermano al consultorio, le retiro las piezas de metal, su chaleco y teléfono y después de hacer mucho esfuerzo logro ponerlo de pie. Claro, estaba aturdido y tembloroso y como ya la adrenalina del golpe había pasado, estaba ya adolorido. Varios esfuerzos más tarde logré acomodarlo para las tomas. Por poco más me hubiera tocado que me colocaran un chaleco protector para poder sostenerlo.

Salgo y espero por un lapso de 15 minutos. Entre toma y toma la asistente de la radióloga tenía que entrar a ayudarlo a acomodarse.

Mientras tanto el doctor había salido en búsqueda de cartón para hacerle un collarín provisional y no encontró. Me dan la indicación de llevarlo con el doctor de medicina interna. Llegamos y nos tocó esperar. Me mandan un mensaje del trabajo y con dificultad logro responder (por un momento pensé que ya no me daría tiempo de llegar pues ni siquiera había desayunado y estaba en ropa informal).

Lo ingresan y empieza el doctor a armar el acta declaratoria del accidente:

— ¿Alguna alergia?
— «Sí, a la penicilina desde bebé”. [No pudo responder por lo aturdido, así que fue mi turno].

Seguimos armando la historia de la caída.

¿Le doy incapacidad?
— «Sí, por favor.” Agregué.

Vaya, qué generosidad, por un día. El mismo día de la caída.

Revisando sus radiografías se vio que no se fracturó nada, por lo que sólo era para ese día.

Volvimos a ver los informes de la doctora del día anterior y estaba indicado que tendría que tomar un medicamento por la noche para ayudarlo a dormir. De haberme dejado leer el informe, esta historia no existiría; se la tomó en la mañana y materialmente se quedó dormido; por eso la caída.

Como el doctor notó mi cara de incomodidad y la de él, me entregó la orden para farmacia, para una inyección para el dolor inmediato y medicamento para largo plazo. También me da la indicación para comprar un collarín blando. Partimos para la farmacia con las mismas dificultades, al fin llegué y entrego la orden. Vamos de regreso a yeso. En ambas ocasiones llegaron otros pacientes para revisión. Fue el día que más tiempo he visto al techo para evitar incomodar a los pacientes. Mueve la silla para que pasen dos pacientes en camilla, y nuevamente miro al techo.

Entonces le aplican la inyección. El líquido le arde y mi hermano toma la decisión de llevar la silla de regreso con los camilleros. Dado a lo mucho que ha cambiado su físico después de 12 años desde la fotografía al momento en que nos devuelven la identificación, les cuesta trabajo creer que es él; tuve que hacer una broma al respecto, sin embargo, el hipertiroidismo modificó mucho su apariencia. Mejillas rojas, cabello oscuro y barba abundante, él era así.

En cambio, ahora: delgadez, ojos saltones y ojeras muy oscuras y marcadas. Las mejillas hundidas, piel reseca y labios partidos. Dada la falla en la absorción natural de la vitamina D, permanece un poco pálido, “color pechuga de pollo” como D. mismo dice; su cabello más delgado y buena cantidad de canas heredadas y un cubrebocas blanco manchado dificultada creer que en verdad se trataba de la misma persona. A pesar de, sí es la misma persona.

Con todo y lo desgastante que es estar en urgencias mi hermano no perdió su bondad. A cada sitio les hablaba a los pacientes, deseándoles una pronta recuperación; incluso sin verlo sabía que intentaba sonreírles para animarlos. Con detalles como ese, es que es mi muro emocional. ¿Quién más golpeado de la cara le desea algo amable al resto de la gente que le mira angustiada? Mi hermano sí.

A la puerta estaban los dos, R y mi papá; estaba ahí ya su mochila y sí estaban ahí sus lentes. De ellos escribiré párrafos más adelante.

Saliendo tenía poco más de una hora para regresar a casa, cambiarme; poniéndome lo primero que encontré en el armario que no necesitaba plancharse y creo que ni combinaba, maquillarme (apenas colocar máscara de pestañas), peinarme, almorzar; salir a comprar el collarín y regresar a la zona del hospital, pues la universidad en la que trabajo está a una Manzana de distancia.

Como el medicamento estaba haciendo efecto ya, mi hermano empezó a tener “ocurrencias” muy típicas de él. R. se fue a terminar su turno y nosotros a la nuestra para que mi hermano descansara. Mi papá me preguntó por la comida y les dije que no me esperaban, que era la despedida de los alumnos de semestral por lo que comería “tacos de canasta”, y él quería pasar al mercado por unos, me explicó que los de bolsa amarilla son más sabrosos que los de azul (no hay diferencia, pero para él sí). Después dijo que quería ir por “tlacoyos” al mercado. En fin, por esos momentos estaba ignorando el hecho de su caída y lo mucho que tendría que descansar.

Claro que no fuimos al mercado, sin embargo, era reconfortante escucharlo bromear, aunque estaba consciente de que también podría ser reacción o efecto de la caída. Seguía al pendiente de él.

Lo subimos a su cuarto, pregunté por su pijama. Como desde que se abrió la puerta de la ambulancia había sido el punto focal de mi hermano, no cooperaba mucho con mi papá así que a mí me tocó también cambiarlo. No sabía cómo hacerlo y tuve que aprender.

Al salir ya lo vi profundamente dormido.

Yo compré el collarín y mi papá se lo llevó. Ahí si colaboró para ponérselo.

Llegué a la universidad. Ingresé a la oficina de la subdirectora del grado; cerré la puerta esperando que terminase su llamada. Colgó y me preguntó sí me encontraba bien. Dije que no con cabeza, me abrazó y me solté a llorar. Le expliqué y me ayudó a calmarme.

Apenas entendí la reunión. Me pidieron dirigirles palabras a los alumnos, la verdad no fui capaz. Mi mente sólo quería regresar a casa y estar con él. Comí algunos tacos, la verdad sí tenía hambre por la rapidez con la que había bebido mi batido de plátano; me ofrecieron “itacate”, lo rechacé, tendría que ir a la farmacia debido a que el medicamento que empezaría a controlar su patología de tiroides no estaba disponible en el servicio médico y en urgencias me explicaron que es de suma importancia que empezase ya con ese tratamiento.

A quién le debo un fragmento de cielo es a su jefa A. Le consiguió la consulta en cardiología y también con el endocrinólogo.

Sé que con la tecnología actual se puede realizar desde el celular, al punto al que voy, es que dada la urgencia lo logró. Además, como parte de las secuelas del COVID son problemas cardiacos y de tiroides, ninguno de los dos especialistas tenía la agenda disponible para pacientes nuevos.

Saliendo de la farmacia, me habla R. para notificarme que me diera prisa en regresar debido a que tendría más tarde consulta con un endocrinólogo y que yo lo acompañaría dadas sus condiciones. Regresé rápido, sin embargo, la distancia hasta el consultorio era mucha, a 3 municipios de distancia y un gran tramo de autopista y ya no daría tiempo de llegar. Sin embargo, su jefa lo hizo de nuevo, consiguió para el día siguiente.

Mi perrita pasó a inspeccionarlo y revisar que su vendaje de la nariz estuviera correcto. También verificó que estuviera colocado correctamente el collarín.

Mi hermano se metió a bañar. Le acondicioné el baño para que no se estirara y estuvimos mi papá y yo al pendiente. Le volví a ayudar a ponerse el pijama. Ya no quiso gasa en la nariz, prefirió dejar descansar la piel. Más tarde pasé a su cuarto y me comentó que tenía frío, le coloqué calcetines y le dejé a la mano una sudadera con cierre, era de su trabajo y fue gracioso, pero era lo mejor que tenía a la mano.

Sábado 11 de junio de 2022. Ya es el día siguiente.

Mi hermano se levantó sin memoria del acontecimiento. No se llevó la incapacidad a la escuela, únicamente le solicitaron mensaje.

Desayunó bien, aunque sí estaba adolorido de los hombros y de su cara. Estaba también un poco incómodo porque no tenía sus lentes, así que mantuve hidratados sus ojos para tratar de mermar el malestar.

Le llevamos al centro médico particular. Se encuentra a unos 20 minutos de nuestro domicilio. Ni siquiera sabía que ese centro estaba ahí. Llegamos con muy buen tiempo; le ayudé a sentarse y leí que por las restricciones sólo se permitía el acceso del paciente al consultorio, mas, dadas las circunstancias pedí la concesión de ingresar con él. El endocrinólogo accedió.

“Gracias doctor. Mire, soy su hermana, vivimos juntos; he estado con él desde que empezaron los síntomas y como puede ver, no puede andar solo”, comenté en lo que terminaba de sentarlo.

¿Sabían que el collarín resta vista periférica? Así me enteré.

— «Entiendo, ¿qué le pasó?» (Lógicamente, nos preguntaría primero por el accidente).
— «Ayer se cayó bajándose de la combi, se fue de cara». Le respondí, sin explicar lo del medicamento mal tomado, ya que me daba pena.
—»¿Tiene alguna fractura?».
— 
«Afortunadamente no».

También pregunta por los antecedentes familiares: la abuelita materna, y tres tíos también maternos; uno de ellos incluso fue operada en su juventud. Por eso yo sospechaba. Me dio la razón, era demasiado probable.

Le explicamos los síntomas desde febrero. Lo revisó, además de confirmar sus estudios, y el diagnóstico es el que yo sabía: hipertiroidismo, reflejado en mi mente con el color #334452.

Corroboró las medicaciones ya mandadas, corrigió la dosis del medicamento para el control de la glándula, explicó de su dieta y restricciones de esta y me dijo que el dolor de ciática era mera coincidencia; y le recomendó reposar por dos semanas dada su frecuencia cardiaca. En la escuela en la que mi hermano trabaja, tiene que subir hasta 5 pisos y luego bajar hasta el sótano, por lo que en ese tiempo debería evitarlo.

La denuncia pública y la casualidad

Por otra parte, dado el parentesco me preguntó si podía hacer un tacto en mi cuello a la altura de la glándula, detectó una inflamación que llamó su atención e igualmente me recomendó hacerme los primeros estudios: perfil tiroideo y ultrasonido.

Vaya… ¿ambos hermanos compartiendo diagnostico? ¿Cuáles son las probabilidades?

(Como quiera que sea, mi mente seguirá culpando a la mezcla de vacunas que nos hicieron; la primera fue CANSINO, para después colocarnos MODERNA. A mi parecer el gobierno no tomó la mejor decisión al hacer las mezclas).

Se comunicó con su jefa y ella autorizó su ausencia en aulas, mas tendría que impartirlas vía remota como en pandemia.

“Por favor no enciendas la cámara, ya te conocen. No se van a sentir solos, pero por favor, evítales el trauma de verte así”

[Después, supe que un alumno sí lo vio recién accidentado; aún así, que gran impacto verlo lastimado].

Ese día llevé sus lentes a la óptica donde ya tienen nuestros expedientes. Sabía que las micas tenían un gran daño y se tendrían que cambiarlas. Con la misma graduación y filtros

Sin embargo, por alguna reacción rara del shock no las había observado más allá de los raspones. Al dejarlos sobre el mostrador hasta una palabra soez pronuncié: ¡Estaban llenas de sangre salpicada! Me pareció tan raro el hecho de que “no la vi” el día anterior.

Tal parece que fueron los lentes los que recibieron el daño para que él se lastimara lo mínimo. Raspadas hasta verse blancas y llenas de sangre. A todos impactó y más cuando estaba terminando de pagar el servicio él apareció en la sucursal.

Encontró sus lentes anteriores y los uso provisionalmente en lo que estaban sus lentes. Cuando estuvo el pedido, pasé por ellos pues él seguía en reposo; se los entregué y le quedaron perfectos. Aun en su nariz lastimada. Que él además es de nariz ancha.

Llega el jueves. Es difícil imaginar que me iba a quedar tranquila después de la decisión de la paramédico. El lunes regresando a mis labores decidí consultar con uno de mis alumnos que es paramédico en una pista de patinaje. Me explicó que se trató de una medida negligente, porque la sangre y desorientación deberían obligar, por protocolo, a llevarle a urgencias.

En ese momento, el rojo ira, se materializó en el color naranja #FC4C04…

Me recomendó que denunciara; no logré hacerlo pues no tenía ni el número de la ambulancia y entonces recurrí a redes sociales.

El caso es que pasaron las dos semanas en las que mi hermano estuvo en casa, y para ver la casualidad de ese potencial diagnóstico compartido entre hermanos, me practicaron los estudios correspondientes y a buscar especialista. Vaya, sigo maravillada con el poder de la jefa de mi hermano, no encontraba quién tuviera la agenda disponible.

Le pregunté a una amiga y me dijo que para empezar el tratamiento podría consultar con un doctor con la especialidad de medicina interna. En el mismo Centro de Especialidades donde mi hermano asistía a cardiología encontré un especialista en consulta interna y programé una cita.

A la par le conté a mi coordinadora de carreras y ella me proporcionó los datos del endocrinólogo al que llevaba a su madre. Me comentó además que cuenta con sistema de lista de espera y accedí. Me registré así y rápidamente se desocupó un espacio y me resultó conveniente. Llegué el 27 de junio de 2022

No me preguntó mis antecedentes y no lo noté, la verdad, estaba ansiosa. Días antes noté una inflamación en el cuello y la cara de angustia de la técnica que me realizó el ultrasonido me tenían al “full” de emociones. Y ese fue mi primer error, no fijarme en ese detalle.

Tampoco me preguntó los motivos de mi ligero aumento de peso, técnicamente tenía unos cinco kilos de más de los recomendados, sólo que como supe después, ese peso no era sólo por grasa corporal, parte de mi osamenta estaba cambiando y sufrí ensanchamiento de la zona de las costillas por lo que gané peso hueso.

A veces enfrentarte a un especialista te vuelve vulnerable y te hace cometer muchos errores.

Levoxitosina sódica 15 mg, fue mi medicación; sin saber si mi espectro era híper o hipo. Mas salí de su consultorio con un frasco de la medicación. Se toma en ayunas y hay que dejar pasar al menos una hora antes de ingerir el desayuno.

28 de junio. A pesar de ser temporada de lluvias y haber algo de humedad en el ambiente ese día en particular tuve frío.

Estaba con la idea de que conforme caminara a la avenida para tomar mi transporte me adaptaría al clima y dejaría de sentir ese frío, en otras dos ocasiones me sucedió así que no estaba siendo tan importante. Es usual esa sensación al vivir en cerro, al llegar a la ciudad se percibe el cambio de temperatura, a un par de grados más alto. Y justamente ese día en particular no logré regular el termostato… y como dije, se sabe cuándo algo no está de forma habitual en el organismo. No entendía…

La incomodidad era tal, que aun siendo las 7:30h decidí desviar mi camino y pasar a la tienda de autoservicio a comprarme una sudadera; se encontraba abierto porque era el horario de seguridad para el adulto mayor; así que ingresé, busqué rápidamente cualquier prenda que me quedara y me dirigí a pagar; me preguntaron si quería bolsa y dije que no, me la llevaría puesta. Pasé la caja, coloqué mis cosas en una silla y con los dientes corté el cintillo de la etiqueta, retiré la chamarrita delgada que llevaba seguido de colocarme la sudadera, de nuevo la chamarra y partí. Seguía con algo de frío, pero al menos ya era controlable.

Inusual en mí, llegué dentro de la tolerancia a mi trabajo. Ese frío inusual tardó un poco en irse, mi trabajo con jóvenes adultos me anima, aunque si estaba extraña. Más tarde en la sala de maestros me acomodé para descansar la vista y sin darme cuenta me quedé dormida. Para la clase de vespertino también estaba llegando dentro de la tolerancia.

Mi padre me enseñó que llegar a la hora es llegar tarde por lo que dos veces en el mismo día ya me estaba causando cierta extrañeza.

De la incomodidad al miedo

Un día después (29 de junio), pensaba que lo del día anterior habría sido lo que se conoce como un mal día. Parecía el típico día de rutina.

Sin embargo, al llegar la noche, tenía una pesadez también atípica, cual si hubiera corrido mucho o algo así; particularmente deduje que eran los síntomas de la patología de desorden en la tiroides; hasta concluí que me estaba enfermando muy rápidamente. Este diagnóstico inicial tenía un color verdoso oscuro en mi mente, el #4A412A.

Pese a todo, en apariencia dormí bien. No recuerdo siquiera haberme desvelado ni despertado por la noche. Era jueves, el día que veía a mi novio. Estaba tranquila mas muy agotada. Desayuné apáticamente, a pesar de que no tenía la inflamación de la glándula, resulta de forma sencilla, estaba cansada y hasta lo más simple como desayunar me bajaba el ánimo.

Sí bien no soy de maquillarme demasiado, al menos si coloco un maquillaje sencillo, arreglo mi cabello por más corto que esté no me gusta que parezca desatendido y me pongo los jeans “coquetos” y la blusa bonita para cuando salgo a pasear con mi novio. Pero ese día no. Quería verlo, pero ni tantito ánimo por hacer lo más básico. Apenas coloqué algo de máscara de pestañas y ya, unos jeans cualesquiera, playera y hasta gorra. No, él no me había visto así, como poco interés. Le expliqué de mi agotamiento y estuvo bien

A veces en la Plaza pasa al baño y le espero recargada en un barandal, ese día no; me quedé esperando sentada al borde de la escalera; me vio muy extrañado y hasta me tuvo que ayudar a levantarme. Sí, así era mi pereza inexplicable. No era semana de evaluaciones o de evento que diera argumento a esa sensación. Sólo parecía estar muy cansada.

Debido a que mi hermano no podría comer mariscos y son muy de mi gusto, mi novio me invitó a comerlos. Incluso con ese cansancio estuve de acuerdo con ir caminando, no estábamos lejos. Lo que sí es que estoy consciente de que camínanos aún más despacio de lo acostumbrado.

Bromeábamos como siempre. Le tomamos fotos a la comida como hacemos cada ocasión en la que vamos a un lugar nuevo. Tenía justo dos años sin comer mojarra y él no había probado los ostiones. Pedimos por paquete que incluye el postre.

El miedo, el color #D2D2C9

Es usual en nosotros probar del plato del otro. Él ya estaba un poco fastidiado de la textura del ostión por lo que hicimos intercambio de platillos, al momento en que iba a morder el ostión, me llegó un fuerte dolor en el pecho…. justamente en el centro de este; muy fuerte pero rápido.

Estimo que duró unos 15 segundos. Yo únicamente tomé aire lo más fuerte y profundo que me era posible, me llevé las manos al pecho con mucho miedo, sin tener la mínima idea de que pasaba.

Sólo logré decirme que no era normal, que sentía un tipo de descarga eléctrica y culpé al medicamento…

Fue en ese momento cuando ví en mi mente el blanco #D2D2C9, el color del miedo. Quería irme. Además del miedo, sentía vergüenza, estaba apenada, abochornada. No quería que la gente me viera (tampoco me veían, pero esa era me sensación). Me recargué en el brazo de mi novio y me puse a llorar. Ya no quería estar ahí.

Me calmó un poco y (ya sé que no se debe hacer) buscamos un cierto consuelo buscando efectos secundarios de la medicina. No recuerdo realmente sí menciona la reacción que acaba de tener, solo quería un culpable, necesitaba culpar a algo y en ese momento la medicina lo era.

Se pidió la cuenta y ni sé qué tiempo había pasado. No sabía ni qué hora era.

El dolor del pecho se fue, pero yo no estaba bien. Sólo quería irme a casa, estar afuera me estaba incomodando demasiado.

Quise caminar al sitio de taxis; subir al cerrito es cansado así que cruzamos el puente para tomar el taxi. Di la ubicación de casa y me aferraba al brazo de mi novio. Tenía miedo de que el dolor regresara. ¿Pasó por la mente pedir una ambulancia? No. Lo único que sentía era miedo y vergüenza. Entre menos personas me vieran era mejor para mí. ¿Por qué? No lo sé, es una reacción extraña.

Desde los 14 años sé que tengo la presión baja. El año previo a pandemia en la universidad de manera constante monitoreaba mi presión en la enfermería escolar; oscilaba entre 80/60. Mi hermano compró un medidor de presión arterial digital.

Un mes atrás, cuando estaba probando como usarlo, registré la mía y estaba en 80/70. Ya me acostumbré. Hago la broma de que mi presión está en el sótano. Una única vez se me subió la presión, 130/90. Para mí eso ya es demasiado alta y esa vez sólo estaba mareada, ningún dolor.

Estimo que tardamos unos 45 minutos en llegar a casa; tal vez más. Caminé despacio y vivo en privada por lo que el taxi nos deja en una esquina paralela.

Fui por el medidor, lo acomodé en mi brazo y 125/100. Estaba en los cielos.

Mi novio me preguntó qué haría. Yo estaba confundida y tardaba en responder. Hasta recordar ahora para escribir me resulta, en momentos, confuso. Ya he invertido 4 meses escribiendo.

El horario laboral del endocrinólogo termina a las 17:00 y faltaban pocos minutos y decidí no hablarle ese día. Lo haría por la mañana. Decidí suspender la toma matutina.

Al meterme a bañar tenía el miedo de marearme, ajusté la temperatura a tibio. Me bañé sin contratiempos.

Tenía más cansancio que en la mañana, por lo que decidí acostarme más temprano. Dejé el teléfono con volumen por si tenía que hablarle a un familiar por apoyo.

Y el dolor volvió, solo que además del pecho, se fue para mi espalda. Para dormir fue todo un caos, con dificultad me acomodé y justo por cansancio lo logré, no sin antes tener el lomito de mi perrita entre las yemas de mis dedos que dejaba caer en el borde de mi cama.

Los tonos grises de un infarto

Por la mañana desperté con cansancio y de mal humor. Desayuné normal sin la medicación.

Unos minutos antes de las 10:00h decidí marcar al celular y llamé al médico. Respondió su asistente y le dije que se trataba de una emergencia, casi a regañadientes me comunicó con él. Expliqué los síntomas y recibí esta respuesta:

— “No se preocupe, sólo tuvo un infarto. Vaya a hacerse unos estudios, enzimas cardiacas, placa de tórax y electrocardiograma y dé mi nombre para la orden; no suspenda su medicación, se me hace rara la reacción porque es una dosis pediátrica, y que a partir del sábado tomará la mitad de la pastilla».

Esa frase me caló hasta los huesos: sólo tuve un infarto. ¿Yo? ¿Por qué? ¿Cómo?…

Meses después logré burlarme al respecto y lo comparaba a un logro desbloqueado en un videojuego. Sin embargo, en ese momento la selección de palabras y la frialdad al decírmelas fue cruel. Entiendo que los doctores tienen que ser serenos, aun así, un diagnóstico por teléfono de esa forma me pareció algo desalmado.

Mi mente de nuevo, volvió a quedarse en blanco. Volví a sentir miedo; entre todas las cosas que cruzaron por mi cabeza.

Lo primero que se me vino a la cabeza fue que mi mamá ya había perdido a un bebé 44 años atrás y que no podría dañarla nuevamente. “No le puedo hacer esto a mi mamá” —me decía a mí misma.

Además, reflexionaba sobre todo aquello. Soy muy joven, apenas tenía 36 años y… ¿sólo un infarto?

Parecía que me daba a entender que estaba siendo infantil por esa llamada. Y imaginar cómo me hubiera tratado de haber asistido a su consultorio, me sentía minúscula, cual si mi dolor fuera irrelevante.

Con el blanco #D2D2C9 de nuevo en mi mente, fui a darle la noticia a mi mamá… pero, ¿cómo se le dice a una madre algo así? ¿Por qué una hija tiene que darle esa noticia a su mamá?

Sábado, sabatino

En tanto, como ya había desayunado, preferí ir a todos los estudios para el día siguiente.

Me comuniqué con mis autoridades para explicar mi ausencia del día y que el sábado empezaría ciclo nuevo. Aún no sabía si me podría presentar. Hasta el momento no sabía que haría. Estaba muy confundida.

Quise volver a llorar, pero no podía. Las lágrimas no brotaban y esas palabras no se iban de mi cabeza.

Además de todo me sentía débil emocionalmente y tonta, culpable. Todo, todo lo guardé “en mi costal de emociones”. Incluyendo que me insultaba, me urgía encontrar un culpable, y para mí en ese momento era sólo yo. Cargué con toda la culpa a sabiendas que no sé manejar bien esa emoción, misma causa que ya me había mandado a terapia.

Dejé actividad para mis estudiantes de bachillerato en lo que decía qué hacer para sabatino. Mientras tanto buscaba un cardiólogo; símil a días antes, ahora encontré una app con el registro de doctores y dando de referencia la universidad como ubicación encontré uno, con excelentes referencias y más de 50 comentarios con cinco estrellas de valoración.

Estuve descansando sin embargo acostarme me dolía. Volví a dormir como la noche anterior, con mis yemas sobre el lomito de mi pequeña.

Mi turno en sabatino era en vespertino de 14:00 – 18:00 h.

Mi papá me acompañó al laboratorio. Me convenció de caminar para determinar un poco como me sentía. El dolor sólo aparecía por las noches y me pareció buena idea el caminar. El clima era muy agradable y mi papá camina rápido, me sentía bien al ir a su paso. Ya me habían explicado cómo vestir para la toma de la placa y el electrocardiograma.

Me mantuve en comunicación con mi coordinadora, le expliqué que sí quería ir; estar en el trabajo me ayudaría a sacarme esas palabras de la cabeza, o al menos lo intentaría.

La técnica que me practicó el electro me quiso dar más información, no quise no verla ni oírla. Entendí que en el ultrasonido me sugestioné y seguía culpándome. Esperaría hasta el cardiólogo y lo “llenaría de preguntas”. Y si, esta vez me tomé la medicina…

Me enlisté para ir a trabajar. Pedí ir en tenis y me coloqué una playera institucional para sentirme menos “fodonga”. Tenemos código de vestimenta y estaría incomoda aún con el permiso, con la playera con el logo institucional sería menos extraño para mí.

No me gustan los docentes de escritorio que se la pasan en su silla, pero fui docente de la silla.

Estaba algo pálida y algunos de los estudiantes lo percibieron. Sí, aunque usaba el cubre bocas se me notaba. Les tuve que decir algo.

Era notorio; suelo ir y venir entre sus lugares, la materia es de dibujo por lo que les veo en acción. Algunos estudiantes ya me conocían y les pareció que no era yo. Apenas un par de veces me levanté a verlos. Fuera de mi estilo, a excepción de las materias digitales donde les brindo más espacio, pero me gusta mucho verles trabajar, estar más al pendiente de ellos.

De la vergüenza y la culpa en tono amarillo #ECDB28 al orgullo pingüino del rosado carne #D69773

Además de la taquicardia, estaba avergonzada. Mis alumnos “son un sol”. Recibí muchísima empatía, buenos comentarios, deseos de pronta recuperación e incluso información de otro endocrinólogo, “por lo que pudiera ofrecerse”.

Martes 05 de julio de 2022. Pasé por mis estudios. Avisé a los estudiantes y a mi coordinadora de mi demora. Dos veces seguidas en un mismo cuatrimestre y dos semanas de distancia me estaba demorando.

Llegué a la media. Al verme los chicos me preguntaron:

— “Mtra. ¿Se encuentra bien?”.
— Aún no sé que tengo, voy al doctor al rato. Después les cuento… — Respondí.

Volvió la vergüenza así que no di más detalles. El sobre de la placa era enorme y no había forma de guardarlo en la mochila.

Mi mamá pasó por mí y fuimos al cardiólogo. Llevé todos mis documentos incluidos análisis de intestinos que me habían solicitado un año antes. No escatimé.

— Nombre, edad y motivo de la consulta.
— Lissete. 36 años, 11 meses y 27 días. Un infarto.

Ahí me enteré de dos cosas. La primera es que soy muy joven para haber sufrido un infarto. La segunda es que el 95% de los pacientes menores de 40 que sufren un infarto, no sobreviven a éste.

Por lo tanto, formaba parte de una estadística extraña. ¿Debería haberme alegrado? Soy sobreviviente. Tal vez sí debería alegrarme, estaba a 3 días de mi cumpleaños 37.

Lo primero que hizo el cardiólogo fue revisar el resultado de las enzimas cardiacas.

Mostraron un leve daño, mas no la placa ni el electrocardiograma. Ahí entendí que hay personal médico que les gusta alarmar y hay pacientes que nos sugestionamos con facilidad.

Revisó el ultrasonido, me pidió que hiciera varios movimientos de la cabeza para verme el cuello y me explicó que la inflamación era muscular y no de la glándula.

Después procedió a pedirme el perfil tiroideo, donde todos los datos salieron negativos.

Preguntó de la medicina y la buscó en su enciclopedia; al no encontrarla buscó en internet. Entonces me volvió a preguntar cuál era mi perfil y le expliqué que no me estableció.

Entonces me vio y preguntó que sí había subido de peso y las razones. Desglosé algunos acontecimientos desde la ya mencionada caída de mi hermano hasta recordar que hace un par de años empecé con un ensanchamiento de la zona costillar, lo que implica aumento de densidad ósea.

Por protocolo me practicó otro electro y me explicó que estaba estable mi corazón, aunque sí tuvo un daño por la descarga eléctrica que tuve y que tendría que estar pendiente de él. También que no tenía daño en la tiroides.

Al fin, lloré.

El endocrinólogo se equivocó y sólo me mandó medicamento porque tenía algunos kilos de más (unos tres aproximadamente, considerando el ensanchamiento y mi genética, porque soy de caderas anchas).

Tras volver en sí, retornó el pavor. Todo fue un error doble.

Mío por no preguntar y del otro médico por algo mucho peor: ignorar mis resultados y achacar mi problema a la obesidad. Por tanto, me andaba matando por 3 kilos… ¿Quién dijo que no existe la gordofobia médica?

El cardiólogo me explicaba que cada paciente somos un mundo y que nunca terminan de aprender. No sabíamos cómo respondería ya que además la lesión era química así que a obsérvame. Además me sugirió reportarlo ante la Cofepris (Comisión Federal para la Protección Contra Riesgos Sanitarios de México), ya que no recibí atención médica inmediata y no tenía evidencia de la cruel llamada; sin embargo tenía la información del cardiólogo.

Por la tarde decidí ir al trabajo de mi novio, preferí que me viera en persona. Fue un gran alivio verlo.

Por algunos días estuve usando un cojín para el cuello, esos que te ayudan al viajar y poder dormir sin lesionarse el cuello; la inflamación en mi cuello se debió a una mala postura a la hora de estar trabajando en la laptop.

También descubrí con esta foto que mi cabello se alació y quince meses después en que escribo mi cabello no se ha recuperado. Aquí estoy bajo el cuidado de mi perrita.

El 08 de julio de 2022, parte de la taquicardia que había estado sintiendo ya se había ido. Duré con esa rutina para dormir hasta el miércoles, haciendo la broma de que me había “acercado al jardín de San Pedro.”

Soy espiritual; el día domingo había “sentido” un aroma particular, el perfume de una de mis tías que falleció años antes, “es muy pronto”, señalé creyendo ‘que me iría con ella’. Después me excusé al aire “discúlpame, eres enfermera y sólo vienes a cuidarme”.

El aroma me acompañó hasta el día previo.

Me puse mi pantalón azul cielo, mi blusa blanca y mi cobre bocas de tela modelo pingüino.
Por cierto, es mi cumpleaños 37. En bachillerato no me habían visto, no había ido al edificio. El único día que me estaba presentado era el viernes, los alumnos de bachillerato semestral ya estaban de vacaciones.

Saludé a mis autoridades y después del clásico abrazo me comentaron:

— «Miss, ¿Cuántos años cumple?»
 ¡Eso no se pregunta! (Espeté). Después del susto de la semana pasada, 37, llegué a los 37.

Pocas veces como ahora es que me he sentido tan orgullosa de mi edad. Los orientales opinan que es un año menos el que nos queda; esta experiencia me ha servido para valorar cada año que logro completar.

El miedo y el dolor hacen que valore más el poder avanzar. Aún tengo cosas por hacer. Sí bien me tuve que dar de baja del doctorado, sigo estudiando del tema en el que quería escribir libro para titularme; hice un curso de autoedición y auto-publicación. Estudio escritura creativa, regreso a mis artículos y ahora me he comprado más libros diversos. Y actualmente estoy inscrita a la segunda maestría.

Momentos antes, me notificaron que mi grupo se encontraba en el auditorio en conferencia. Llegué por ellos a la puerta para dirigirnos al salón. En eso uno de los alumnos, me dijo gritándome indignado por la primera falta que tuve en años, siendo además un alumno faltista:

— Miss, ¡faltó la semana pasada!
— Ya lo sé. Créeme que me di cuenta de qué falté.
Además, ni nos avisó, la esperamos una hora hasta que nos vinieron a dar la actividad.
— Fue una emergencia… – y me dejó hablando sola.

Logró hacerme sentir muy mal. Me quería esconder…

Una vez en el salón las alumnas muy intrigadas y con un temperamento más sereno me preguntaron por la ausencia.

Una vez en el salón las alumnas muy intrigadas y con un temperamento más sereno me preguntaron por la ausencia. Les dije una vez en voz más alta lo siguiente:

— El día primero falté por que el jueves 30 tuve un infarto.
—  ¿Y está bien? [A veces la incertidumbre te lleva a hacer preguntas extrañas, fuera de contexto].
—  
Estable, estoy aquí con ustedes.

Intentamos seguir de forma normal la clase. El alumno que me gritó sentía vergüenza, se disculpó y le pedí que no vuelva a asumir que una persona es perezosa si no conoce sus motivos. Cada quien carga una batalla diferente. No vale la pena ser impertinente. También le aclaré que me sentí herida con su queja.

Más tarde las alumnas descubrieron una pluma con adorno de pingüino, esta y mi cubre bocas eran regalo de mi novio por mi cumpleaños. No quise comentar al resto del grupo, seguía la vergüenza. A la fecha aun no entiendo porque la sentía tanto; incluso cuando me cuestionan porque no contaba al respecto; no sé, es raro, no es una gran hazaña.

Por eso es mi día pingüino. Comí con mis papás y a la hora de mi pastel, colocamos la vela al revés y después me reí mucho. Después vi la foto de mi mamá conmigo, estaba tan feliz, radiante; a pesar de todas las 9174 palabras anteriores, aún cuenta con sus dos hijos.

Primera crisis y arrepentimiento

Evitaba por máximo pensar en ello. Cuando caminaba y “sentía mi corazón”, hablaba con él. Me disculpaba por esa medicación y por todos los errores. No me importaba que la gente me viera rara por venir hablando conmigo debido a que mi yo me necesitaba. A veces tenía ciertos detalles particulares en el trabajo, nada serio hasta que llegó la primera crisis.

Descargo las calificaciones de mis estudiantes de la plataforma que usamos. Hago un documento de Excel en el que desgloso y promedio sus calificaciones. El día del examen me firman la hoja y entrego en coordinación. Olvidé imprimir. Le avisé a mi coordinadora y a la semana siguiente solicité las firmas de los estudiantes.

Aclarando aquí, ellos tienen su aplicación escolar en la que su boleta parcial aparece por lo que en teoría ya en la firma no habría sorpresas ya que en ese proceso si cumplí y las cargué en el sistema en tiempo y hora.

  • Dato 1: soy diseñadora y la materia es dibujo.
  • Dato 2: en la plataforma también hay cuestionarios precargados que forman parte de evaluación.
  • Dato 3: un alumno no dibuja y no se dejó asesorar. Varios trabajos no los entregó y en algunos su calificación fue baja. En los cuestionarios tampoco le fue bien. Incluso intenté ayudarle a entregar un mejor examen, lo mandé repetir. Borré su entrega para ayudarle con el nuevo envió porque al ser examen no se permiten entregas dobles. Se quedó al final, sólo. Salí al baño y se fue; dejando mi computadora abierta y la puerta del aula también.
  • Dato 4: reprobó. No le enseñaron a gestionar sus emociones; así que
  • Dato 5: se vio totalmente agresivo conmigo la ver su calificación reprobatoria. Me gritaba y no entraba en razón del porqué reprobó; con casos así suelo sacarlos del aula para darles privacidad, pero ni oportunidad dejó. Por poco y me tira en su ataque de ira; tenía miedo por mi corazón, me senté y después de un par de gritos más se fue a sentar.
  • Dato 6: les ensañé a usar el compás, por lo que iba de lugar en lugar a explicarles. Estaba con su cara sobre la mochila y ésta en su mesa de trabajo. Sé que puede parecer poco ético de mi parte, sin embargo, lo dejé así para que se calmara. Seguí de alumno en alumno. Recuerdo que no accedió a firmar la calificación, creyendo que así me estaba impresionando de alguna manera.
    A pesar de ser un proceso, la universidad no lo exige, es de coordinación más bien y no afecta, dada la indicación: 50% + 1 y el resto del grupo sí firmó.

Duró así con la cara sobre la mochila buena parte de la sesión. Ni siquiera recuerdo si le enseñé a usar el compás. Tampoco recuerdo el receso de la sesión, nada más tengo presente el temor que estaba sintiendo y lo que más me alarmaba era volver a tener otra descarga eléctrica. Los alumnos quedaron casi en silencio continuando con su práctica. A esa hora mi coordinadora ya había terminado su turno, decidí no molestarla por mensajería.

Apenas llegó la hora de la salida y se fue rápido; creo que ni dibujó ese día. Cuando acabó la clase, 4 alumnos se quedaron conmigo a que acomodara mis cosas y saliera. Prácticamente me subieron al coche del servicio por aplicación. Ellos como yo estábamos asustados porque me intentara agredir a la salida.

El lunes pasé a coordinación a dejar el precedente, además de canalizarlo a psicología porque además los alumnos me contaron que se estuvo arrancando el cabello además de estar diciendo “letanías” y que en la materia anterior también se hizo de palabras con otra maestra. Suelo ser muy paciente, tardo mucho en quejarme, pero esta vez superó todo lo que es ética y profesionalmente aceptable, estaba atentando contra mi integridad física.

Entre las horas de espera entre un turno y el otro, llegó la primera crisis.  Porque me esperé para contarlo en la escuela, por no haber salido inmediatamente del salón a pedir auxilio a otro coordinador y porque no sabía cómo respondería mi cuerpo ante emociones, me sentí mal. Me recosté y concentré en mi respiración hasta que fue inútil. El dolor en mi pecho del lado izquierdo estaba ahí y la vergüenza de sentirme mal otra vez. Llamé a mi casa y vino por mí mi papá.

Siendo de presión baja, no quise ir a urgencias, fui con mi doctora particular. Efectivamente la presión era “normal” pero no la mía; es decir, alta para mi cuerpo, pero normal para el procedimiento en urgencias; me indicó de un procedimiento para disminuir el dolor y me dio la indicación que si en dos horas no mermaba el malestar, que acudiera a urgencias con su receta médica con la indicación de que necesitaría medicación hospitalaria, independiente del número “normal.” Debería colocarme una Aspirina de 500 de forma sublingual y por 7 días tomar cada 8hr una de 100.

Y, por cierto, el nombre médico es angina de pecho: La angina de pecho es un síntoma de la enfermedad arterial coronaria. La angina de pecho se siente como una opresión (esa es la descripción de mi caso) presión, pesadumbre, estrechez o dolor en el pecho (ese vino instantes después). Puede ser repentina (pero causada) o recurrente. Según la gravedad, se puede tratar mediante cambios en el estilo de vida, medicamentos, angioplastia o cirugía.

De forma particular sigo usando el término infarto, no es por hacer drama o esperar que sientan lástima por mí a la par que sí pido empatía y al doble la transmito. El punto aquí es que es más sencillo y requiere menos explicaciones al respecto. Más allá de “estás muy joven para haber tenido un infarto”, que me han dicho algunas veces, es más fácil.

Además, comprendí que no podría estarme sintiéndome mal cada vez que sintiera miedo. Por lo que decidí que tendría que ir a terapia. Busqué a mi terapeuta, ya nos conocíamos y la verdad no tenía el ánimo ni la paciencia para empezar a conocer nuevas formas de trabajo.

Culminó el cuatrimestre. Por ajustes en el calendario escolar, tuvimos 4 semanas de receso inter cuatrimestral. El tiempo ideal para sólo descansar; pero la mente de Lissete es demasiado inquieta. Además, había tomado la decisión de dejar mis horas en semestral.

Ya sé que el hubiera… no existe, mas resulta que si daña. Y yo, me culpé.

Ese es el resumen de ese mes. Por lo que defino detalles más adelante…

Consciencia de la necesidad de mis alumnos

El cardiólogo me solicitó decirle a cada grupo que tuviera. Hay el riesgo de sentirse mal, y es mejor que estén informados y tener más una noción de cómo poder actuar.

En los grupos hay inscritos alumnos que estuvieron en el campus en bachillerato. Mismos que me tuvieron en clase el último semestre en el que di clase.

¡Oh!, cual va siendo mi “sorpresa” que una de las alumnas dedujo que mi situación con el corazón fue a causa de su grupo. ¿Fuimos nosotros?

Profesionalmente me impactó, como alumna qué habrá presenciado en su grupo para haber obtenido esa conclusión. Personalmente me hirió esa conclusión. Y como cada vez que algo me hace daño, suele salir un color rojo en mi mente. En este caso el #D61414.

Y no es que me esté quejando, sé que es parte de mi trabajo tener alumnos de difícil trato, por un mil de razones; aun así, me “hace ruido” que esa fuera su conclusión. Incluso en 3 ocasiones más en circunstancias diferentes han tenido la idea. ¿Fuimos nosotros? Esa sensación de culpa ajena no me gusta.

Al día de hoy es un comentario que aún me incomoda; que las generaciones tengan tales conflictos con las figuras de autoridad para que se llegue a una conclusión de tal impacto. Es extraño, ¿no? Al menos a mí sí me lo parece. Ciertamente tampoco estoy de acuerdo con aquellas generaciones en las que el docente violentaba al estudiante; no se debería…

Respecto a la búsqueda de soluciones, me fijé en que el endocrinólogo de mi hermano indicó que parte de su tratamiento sería pasarlo a hipo, debido a que esa patología es más fácil de trabajarla.

Sin embargo, aunque sí subirá de peso no regresaría a estar tan gordito como estaba. En este momento con mucha simpatía recuerdo que siempre nos hacía comentarios hilarantes acerca de que él no tenía frío como yo durante el invierno, porque al estar así de “llenito” no podía tener frío. Así que la que está preparada para sentirlo soy yo; incluso acondicioné su cama para ya no sufrirlo.

Así como el semestre empieza en la semana de San Valentín, el cuatrimestre en la semana patria, para que el fin de semana tengamos una kermes patria, para darnos un “puente” que son días de descanso además del fin de semana. A veces aprovechamos de esos días o al menos día para descansar o practicarse tratamientos médicos. En 2022 fue en jueves la verbena y en mi campus hubo el festejo.

Tardé en darme cuenta de que mientras me buscaba a mí misma y me lamentaba, me estaba yendo (metafóricamente hablando). Siendo consciente cuando de entre todos los colores, apareció en mi cabeza el color #9F7E48.

No me considero una persona particularmente alegre, aun así, hay detalles simpáticos de mi personalidad que se empezaron a ir.

  • Dejé de tararear a la nada.
  • No había vuelto a escribir para nada.
  • Dejé de garabatear.
  • Mi mirada cambió.

Apenas he coloreado; dibujé menos letras en mi clase de tipografía a pesar de que esa es mi especialidad. Cuando voy al baño por las noches no enciendo la luz y al lavarme las manos me veo en el espejo haciéndome muecas graciosas y mismas que desaparecieron. Jugaba menos con mi perrita, siempre la acariciaba, pero jugar me irritaba. A veces hago mi voz de “bebé” y no estaba. Cociné mucho menos. En las vacaciones suelo preparar algún platillo de mayor elaboración o un postre, no lo he hecho.

Para todo lo posible pongo música, la escucho mientras lleno estás páginas de Word, pero en muchas posibilidades me quedaba en silencio.

En algunas clases incluso me era irritable escuchar la que reproducen mis alumnos.

¿A dónde fui? Estaba viviendo alguna especie de viaje astral, dónde mis detalles de mi yo dejaron de salir. Los comentarios hilarantes o pequeñas bromas inocentes no estaban ahí, se marcharon conforme los días y no lo estaba notando; tardé muchos días en darme cuenta.

Los pequeños cambios a veces los pasamos por alto, sin embargo, un buen día sentada en el sillón mientras dejaba el libro que intentaba leer (no estaba entendiendo una media palabra), tras un fuerte suspiro empecé a hacer este enlistado… las bondades de mi yo estaban “desaparecidas”.

Ahí entendí que los necesitaba

Para remediarlo, y recuperar mi ser, recurrí a los antidepresivos. La doctora me explicó cómo funcionan: en conclusión, su efecto no es inmediato. Empezaría a notar su efecto en varios días, desde el 10 o tal vez fuere más tiempo el que requería mi mente.

Me esperaría un largo camino en donde lo principal es: poner todo de mi parte, colaborar con el medicamento porque no es magia. Seguir con mis sesiones de terapia y buscar el apoyo de mi perrita. Todo un trabajo en equipo, partiendo del hecho de que todo lo demás no serviría si mi voluntad no le ayuda al antidepresivo.

Me recetaron flouxetina. La dosis de 15 mg me la tomaba por las noches; no me preocupaba por el momento en que me empezara a funcionar, le tenía fe a que sucediera; en la madrugada del día 10 me levanté al baño, volvía sonreírme al verme al espejo. Una de mis alumnas ya lo conocía y ella lo confirmó en clase: ya está haciendo efecto. Ahora tendría que poner más empeño porque me siguiera sintiendo mejor. Seguir los 90 días y no necesitarlo.

La importancia de saber gestionar las emociones

Cuando el cardiólogo me exponía que “ahora tengo un corazón nuevo” pensé que era una explicación metafórica. Claro, se dañó. Recordé que cuando acompañé a mi mamá a su consulta de valoración post fractura de brazo que el ortopedista le explicó que “después de una fractura ya nada es igual”, parece bastante obvio. Pero se dificulta la implicación de semejantes palabras en tu cotidianidad. Y hasta que se presenta ese momento precioso, no has terminado de aprender.

Además del miedo de una manera vergonzosa aprendí que también las emociones gratas pueden alterar el estado de mi corazón.

Un día viernes encontré una publicación de Instagram que publicó un diseñador gráfico al que admiro mucho. De hecho, ya escribí de él. Por la diferencia horaria entre España y México le pedí a mis estudiantes que durante nuestra clase me permitieran compartir el Master Class ofrecida. Accedieron contentos, incluso algunos de ellos me solicitaron que les compartiera el link para escuchar mejor desde su pc, aunque estuvieran como invitados y no pudieran participar. Así lo hicimos.

En algunos ciclos les ha parecido a los chicos una especialización menor el que yo haya elegido tipografía, así que me además me pareció una brillante idea el que ellos escucharan al master de la tipografía. Y estaba resultando ser eso, un gran aprendizaje donde se dieron la oportunidad de analizar que la tipografía no es menos como estaban creyendo. Al paso de una hora fue el momento de las preguntas. Pedí la palabra y me fue concedida.

Los azares del destino son divertidos en ciertas ocasiones. Alex no había visto a la pantalla hasta que al decir mi país de origen se emocionó y volteó. Ni prender la cámara pude. La emoción y clara vergüenza por lo mismo me superó; parecía adolescente: estaba hablando con él y él veía a la cámara. Sudaba en frío, me temblaban las piernas, casi se entrecorta mi voz; reacciones típicas de una adolescente conociendo sus emociones con la carga emocional de tener 20 años más.

Terminó la charla y mi clase continuó por una media hora más.

Entonces, también mi corazón desconoció la dopamina porque me hizo en un momento que subiera mi presión, me empezara a faltar el aire y mis manos y pies se engarrotasen. Auxiliada en el trabajo comprendí que también tendría que aprender a volver a conocer a la hormona de la felicidad.

No soy una conspiranoica de las vacunas; creo en la ciencia médica, aún con el error que me tocó vivir. Sin embargo, también es muy cierto que le he tomado miedo a la vacunación COVID y de preferencia no quiero saber de ellas.

Resultó que para este mes nuestro gobierno decidió aplicar una tercera dosis a los docentes. Sencillamente no podía aceptarla; “parecía salido de la manga”, e incluso se llegó a decir que lo que ocurría era que no es que requiriéramos de una nueva dosis sino que estaban caducando y era preferible aplicarlas que desperdiciarlas. Como quiera que fuere, no me sentía con la determinación para esa aplicación, me da miedo, terror, reflejado en mi cabeza con un gris #444441.

Y aunque me registré para ello, un par de días antes tuve otro tipo de crisis, de puro llanto; de súplica por no quererla. Un doctor la recomendó y aun así con mi terapeuta no fue así. En ese llanto estuve abrazando a mi perrita, diciéndome en voz alta que no la quería, que no la necesitaba que ya no, otra dosis ya no.

Lo platiqué con mi terapeuta, estuvo de acuerdo con mi decisión, me explicó incluso que con el miedo que presentaba me dañaría más que beneficiarme y la mera verdad mi último plan era tener más daños. Mi hermano está más tranquilo y sí la quiso. De hecho, la vacuna contra la influencia no me falta, pero de ella hablaré más adelante.

Particularmente me parece raro sentirme un modelo a seguir más allá de mis alumnos. Bueno, malos o como quiera que sean los acontecimientos que uno vive en su día a día, te van brindando experiencia. Así que, si uno decide aprender de ellos, debería a mi parecer, ser una parte positiva para tu contexto. Y así me sucedió.

A una de mis amigas le dio un fuerte dolor abdominal. Le recomendé la aplicación que meses antes había empleado. Resultó ser una emergencia más grande: su apéndice.

La app le ayudó y encontró hospital para atenderse. Su esposo tiene seguro de gastos mayores por lo que fue atendida a la brevedad sin mayor dificultad.

E. salió bien de su cirugía. Se puso en comunicación conmigo para contarme y fui muy firme al hablar con ella, ya que me angustiaba que ella se dañara como yo al estar buscando culpables.

— «Por favor amiga, mírate en este espejo. Por favor, no te culpes al respecto. Ya te operaron, estás bien mas no pienses en el ‘hubiera’. No existe. No sirve. No te hace ningún bien y nada más te daña. Piensa en tu bebé, en tu hijo. Todo saldrá bien. no busques respuestas, no las hay. Te tenía que pasar y ya. Supera esta etapa y todo saldrá bien”.

Sé que es una necesidad básica del ser humano el buscar respuestas, pero sí he aprendido algo, es que buscarlas muchas veces es una pérdida de tiempo. Lo más sano es comprender el aprendizaje; transmitirlo a alguien más. Saber que hay cosas que no se pueden controlar, pero si evitar. Y sí ya están aquí, vivir con ellas lo mejor posible.

Reencontrarme a mí misma

Decidí viajar sola a inicios del 2023. Toda esa esencia mía no ha regresado. También por momentos considero que, así como existe el factor de “que tengo un nuevo corazón”, también habrán detalles que no volverán, como pasar una semana completa sin sentir mis palpitaciones.

Así que hice mi maleta y me fui de aventura al hermoso estado vecino de Querétaro.

Es un lugar cerca de casa, donde también ya había venido y podía percibir cierta familiaridad. Una aventura de un viaje sola, aunque con poca voluntad por visitar un lugar nuevo. Lo que cambiaría la distancia que caminaría desde mi hotel al centro de Santiago.

En vez de lluvias iría con frío invernal; con esas inmensas ganas de sentirme viva desde la cabellera hasta la punta de mis dedos de los pies, cada fragmento de mí, algo que se refleja claramente en el azul #578AD9.

Es un color que me da calma. Me ayuda a reencontrarme, a crear itinerarios lo más preciosos posibles, donde sólo sabía mis horarios de llegada y partida, sin saber qué visitar; tal vez sólo quería sentarme en una banca a ver como cae la noche.

Un color de paz, donde no sentirme ahogada entre diagnósticos y medicinas.

Acaba de terminar el tiempo del antidepresivo, con sus días extra para estabilizar mi cerebro y no tener el síndrome de abstinencia. Aunque me lleve los que quedan en su empaque, para tenerme un recordatorio: no los necesito.

Lo único que me inquietaba y me aterraba algunos días era no reencontrarme y no reconocerme al espejo.

Lo único que sí deseaba era ir a Amealco a visitar el museo de las Lelés aprender lo más posible de ellas y tomarme una foto en las tradicionales letras.

Esas muñecas son mi fascinación desde hace años y estar en su museo me llenaría de felicidad; al fin que parecía que ya estaba reaprendiendo a controlar las emociones. ¿Quién lo diría? En la adultez es más difícil que en la adolescencia. Incluso digo que de ser posible me regresaba a esa edad; dolía menos…

Como si viajase por primera vez sola revisé 3 veces la maleta, buscando no olvidar algo. Y sucedió… la goma de mascar es recomendable para aquellos viajes largos en carretera en los que habrá cambios significativos de altura, sabiendo que los oídos podrán afectarse y aunque las vi unos minutos antes de salir, no las tomé.

En mi bolso de mano traía perlas de propóleo ya que había tenido un poco de tos.  Ellas me ayudaron a salivar; pasando por Hidalgo pasé por momentos incomodos; calculando mentalmente el tiempo que restaba para el siguiente cambio de altura y el resto del tiempo hasta mi destino. En México a esa sensación se le llama “oídos tapados”. Así terminé el resto del viaje.

Como empezaba a estar cansada, al llegar a mi destino equivoqué la salida y caminaba de más. Personal de servicio se acercó conmigo para confirmar que me sintiera bien. Aún viajábamos con el cubre bocas, me sentía un poco asfixiada mas no de gravedad. Un conductor de servicio de taxi por aplicación me orientó de las salidas y la verdad por la vergüenza de parecer perdida, pedí su servicio para llevarme al hospedaje.

Inevitablemente tenía cara de desorientada. Le expliqué que estaba bien, sólo la situación de mis oídos.

Le extrañó que pasara varios minutos sin lograr liberarlos, así que se sintió en confianza para preguntarme. Dudé por un momento, pero preferí responder que tengo problemas cardiacos y por ello que costaba trabajo estabilizarme. Dialogando para que me distrajera me preguntó de posibles destinos en ese fin de semana. Mencioné a Amealco y me aconsejó no ir debido a la altura; se me había olvidado hacer esa revisión tan importante para mí: la altura respecto al nivel del mar. Olvidaba el peligro.

Pero logré disfrutar mucho de las muñecas y todas las decoraciones habidas e imaginadas de ellas, de las hermosas Lelés. Además, pude conversar con varias de las artesanas porque con forme avanzan los años, las han modernizado mucho, presentando diversidad de temas, regiones e incluso algunas abarcan elementos de la cultura pop y tradiciones.

Así que tengo ya una colección grande y muy interesante.

Entre los días organicé una visita a un spa. Es bello y relajante mientras no tengas un lado más tenso y con contractura; pues así sucedió con mi lado derecho; hasta parecía dos personas; una lateralidad la pasó de maravilla, mientras el siguiente estaba más que incómodo. Y justo en otras ocasiones así se siente mi organismo, como dos personas.

Las dudas tras la aceptación

Pese a aceptarlo, e ir aprendiendo a gestionar las emociones, hay días donde surgen dudas. Lo he denominado a veces, y se representa en mi cabeza con un naranja #EF7316.

A veces, imagino que esta historia sólo estuvo en mi mente y que esas imágenes pertenecen únicamente a escenas de la novela que escribo; claro que no, se trata de una experiencia de vida que tenía que formar parte de la mía.

A veces, imagino quien fuera la Lissete que fuere de no haber vivido esto; he aprendido y aceptarlo y no renegarlo; incluso he decido no volver a ocultar mis canas bajo capas de tinte sino verlas brotar y que por varios años más poderlas disfrutar en mi cabellera.

A veces, me preocupa mucho visualizar a futuro. Me aterra. Saber que por unos instantes desconocía a mi propio cuerpo me angustia y no quiero pensar a un futuro muy lejano. Incluso hablar de la posibilidad de tener un bebé ya no me emociona. Mejor adopto. No quiero arriesgar mi cuerpo y ya estoy mayor. Necesito sentir esa seguridad, al menos de una cosa que si puedo controlar.

En la búsqueda del bienestar emocional

El proceso de búsqueda de bienestar emocional tiene para mí dos colores. Uno que es el del control de mi corazón, mi lado izquierdo, representado como un rojo #FC0909, y el del bienestar; el rosa #F098B4.

Tras un año de ese diagnóstico, decidí visitar al cardiólogo un 30 junio de 2023. Todo el día anterior había estado inquieta. Ya no quería prolongarlo más porque esas últimas taquicardias me estaban poniendo de mal humor.

Hice remembranza de los últimos 6 meses, incluyendo los viajes. Mi lado izquierdo del pecho tiene incluso un fragmento hinchado que responde al dolor. El aumento tal vez esperado de las taquicardias y justamente el diagnóstico en esta vez tuvo un nuevo nombre: arritmia ventricular izquierda.

Tengo un nuevo medicamento, también en dosis pequeña, 3.5 mg al día. Al mediodía precisamente en atención a que éstas suelen llegar en la tardecita. Tiene un efecto de unas 8 horas. Al fin tranquilidad. Ivabradina.

Me gusta sentirme viva pero no estar al pendiente tanto del corazón; la pulsera band es de gran ayuda, pero ahora es más para cronometrar mis caminatas. Me corresponde ahora mantener mi mente en calma y recordar que sigo aquí, con precauciones y más canosa la cabellera y sí en vida.

No. El gimnasio aun no es posible.

Tampoco la altura. Para mi viaje vacacional no sólo elijo el destino por mi presupuesto, distancia y clima, ahora debo agregar la altura; la ciudad de México es alta, pero aquí en el Estado de México hay algunos metros menos mismos a los que estoy habituada y mi corazón también, por lo que teniendo eso en mente, elijo Pueblos Mágicos cuya altura sea inferior a los 2000m de altura.

Sé que soy muy afortunada por toda la paciencia otorgada por los administrativos. No. Tampoco tengo la “autorización” de regresar al grado de bachillerato. Me entristece. Lloré cuando recibí la noticia.

A ratos me hace sentirme inútil, porque por años he estado en el grado; pero mi corazón está adolorido todavía. Sólo me queda controlarlo y cuidarlo.

El rosa, mi bienestar emocional

Conozco la psicología del color. Es de las materias predilectas de enseñar. La disfruto mucho, así como disfruto escribir sobre el mismo tema y justamente es así como también me he ayudado, tanto a mi mente como a algunas palpitaciones.

Controlado mi punto débil, ese lado izquierdo, representado con el rojo y esquivado el negro, un enemigo en esta circunstancia; durante este año el rosita ha sido mi bienestar emocional.

Es un color estrechamente visto en la naturaleza, lo usual es que esté en forma de flor. Es cálido porque deriva del rojo, y con su porcentaje de blanco es que se vuelve luminoso y alegre. Es explicado como un color femenino, debido a que se relaciona con cualidades asociadas usualmente a lo femenil, como la delicadeza o la ternura. Hablando con Earlwyn Covington en Damn Magazine sobre su punto de vista sobre el rosa, Virgil Abloh dijo:

“Soy sensible al color. El color está en la raíz del arte y el diseño. El color inmediatamente te da una emoción y no es casualidad que uno de mis principales proyectos se llame Off-White.

Cuando se trata del color rosa, se remonta a lo que poseías en la infancia cuando tu cerebro se programa para que el rosa sea femenino y el azul masculino.

Creo que en esa breve narración está la raíz de mi práctica artística, que es ordenar estas nociones preconcebidas basadas en verdades optadas, que a medida que envejeces te das cuenta de que no se encuentran en nada fáctico, solo consenso”.

Y como afirma Eva Heller, el rosa es el color de lo benigno; esa cualidad es la que me resulta terapéutica. Incluso puede parecer un efecto placebo, el hecho es que me ha resultado agradable; al vestirme de rosa o al menos con algún accesorio o combinación con él, me hace sentir a gusto.

Desde tonos suaves y nutritivos hasta tintes atrevidos y vigorizantes, el rosa tiene el poder de conmovernos, sacudir el status quo e iniciar conversaciones significativas. Nos fortalece, llena nuestro espíritu de confianza y coraje y nos ayuda a enfrentar de frente los desafíos agotadores de la vida.

Justamente después de un año difícil, he buscado sentirme lo más a gusto posible. Entre semanas complicadas en el trabajo o en “bajones” de humor, el rosita brinda esa mejoría. Posiblemente me sea un efecto placebo, es probable. Sus cualidades me resultan porque lo elijo de manera calculada.

Cualquiera que sea el caso en particular, lo importante es que me sienta bien y no es ningún elemento externo que pueda dañarme de alguna manera. Aunado a ello, me han dicho que es mi lado más tierno y que esa faceta de mi personalidad les agrada más (tanto amigos como colegas) así que eso también es un punto a favor que me ayuda a toda esa mejoría.

Claro que comprendo que los colores no son magia.

Comprendo que mi recuperación es un tema que implica mucho tiempo, pensamientos positivos de mí parte, los cuidados y recomendaciones de mis doctores, así como también mi contexto.

Sentí mucho dolor emocional cuando me recomendaron no regresar por un tiempo a mis clases en bachillerato; me gusta el grado, y con la mente muy fría comprendo que estoy yo primero, mi bien estar. Si yo no estoy bien ¿qué calidad de clase brindo? Sumando que, ningún trabajo debe estar de preferencia por la salud.

Entonces, en conclusión, este tiempo los colores han aparecido varias veces entre mis pensamientos y reacciones. He visto mi mente concentrarse y confundirse; vivir entre rojo sangre y rosa pastel para así tener al final de cuentas la posibilidad de escribir estas líneas.

Lissete Ingelmo es diseñadora gráfica especializada en Tipografía y docente con casi diez años de experiencia. Su segunda pasión es escribir.

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  • Lissete Ingelmo es diseñadora gráfica especializada en Tipografía y docente con casi diez años de experiencia. Su segunda pasión es escribir.

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